Desde tiempos remotos la mujer ha sido objeto de violencia, silenciosamente ésta ha invadido sus hogares y lugares de trabajo, no sólo a través de manifestaciones físicas que tal vez hoy en día sean las más conocidas o divulgadas, sino que a través de degradación, humillación, aterrorización, negación, acoso sexual. Afortunadamente, hoy existe más conciencia en relación con los derechos de las personas y la mujer violentada se atreve a denunciar a su agresor, sin embargo nuestra sociedad aún permite que este fenómeno se ensañe con grupos de mayor vulnerabilidad, como es el caso de la mujer.
En Chile una de cada cuatro mujeres sufre de violencia física y una de cada tres es víctima de agresiones sicológicas. En el maltrato a la mujer, víctimas y victimarios se transfieren formatos de socialización que afectan en todos los ámbitos de su vida. Las instituciones de salud pueden encontrar el maltrato conyugal oculto producido en las mujeres y pueden contribuir en la orientación y fortalecimiento de las consultantes que enfrentan maltrato.
El silencio siempre es un impedimento y una de las principales dificultades que tiene la mujer para acabar con él es ella misma. Reconocerse como víctima y traicionar al que ha sido su compañero, sentirse responsable de las agresiones, la falta de perspectivas personales y económicas son factores psicológicos y sociales que perpetúan el vicio de la violencia doméstica.
La gran mayoría de las mujeres que sufren maltrato están sumidas en una maraña de comportamientos para poder aguantar el infierno de la convivencia, muchas no soportan esta situación y acaban tomando la opción del suicidio. Los síntomas depresivos que padecen estas mujeres se manifiestan fundamentalmente mediante la apatía, la pérdida de esperanza y la sensación de culpabilidad.
Se plantea que la violencia en el ámbito familiar sigue el ciclo siguiente:
“Fase de creación de tensiones”
Lleva consigo incidentes como bofetadas o excesos verbales. La víctima trata de controlar la situación y niega la existencia del abuso. La víctima puede llegar a sentirse culpable del comportamiento de su pareja y culparse a sí misma de causar el comportamiento violento.
En esta fase ambas partes tratan de mantener el equilibrio de la relación, la víctima trata de comportarse según el gusto y las exigencias de quien comete el abuso. La tensión, durante el desarrollo de esta etapa va en aumento hasta que el equilibrio se rompe.
“Fase de distensión”
La tensión acumulada en la primera fase estalla y ocurre un incidente de violencia donde se producen lesiones. Generalmente la víctima no acude en busca de ayuda ni coopera con los esfuerzos que se producen para ayudarla, porque temen la venganza o por cierto sentimiento de lealtad hacia quien comete el abuso.
“Fase de disculpas, lamentaciones y arrepentimientos”
Esta fase se caracteriza porque el que comete el acto de violencia y abuso muestra arrepentimiento, amabilidad y un comportamiento aparentemente complaciente hacia la víctima. El que comete la violencia pide generalmente disculpas, hace regalos a la víctima y promete no volver a mostrarse violento. La víctima cree en las falsas promesas y le resulta penoso terminar con la relación cuando su pareja está portándose bien.
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